100 min. Francia 2022
Dirección: Pietro Marcello
Guion: Pietro Marcello, Maurizio Braucci, Maud Ameline, Geneviève Brisac. Novela: Alexander Grin
Reparto: Raphael Thierry, Juliette Jouan, Louis Garrel, Noémie Lvovsky, Yolande Moreau, François Négret, Erms Umhauer...
Música: Gabriel Yared
Fotografía: Marco Graziaplena
Compañías: Coproducción Francia-Italia-Alemania; arte France Cinéma, CG Cinéma, Match Factory Productions, RAI Cinema, Avventurosa, Eurimages, Ministero della Cultura
Género: Drama. Romance
Premios: 19 Festival de Sevilla de cine europeo: mejor dirección (Pietro Marcello). Premios David di Donatello 2024: mejor guion adaptado (Pietro Marcello, Maurizio Braucci, Maud Ameline)
Según escribe Naroa Lopetegi: tener un domingo de mierda, y darte cuenta a las siete de la tarde de que no puedes meterte en casa a mascar tus sinsabores; echar un vistazo a la cartelera, confiando en que el cine venga al rescate para limpiarte un poco la cabeza; apostar por una película lírica, pese a que quizá sería más recomendable, en busca de evasión alguna propuesta más dada a la testosterona y menos a la neurona; sentir pronto que la película te acuna, te sana, te envuelve; disfrutarla de esa manera serena en que se saborea el buen cine de autor; salir de la sala buscando desesperadamente la banda sonora para que te acompañe de camino a casa; recordar, en fin, por qué sigues adorando ese maravillo arte.De las anteriores obras de Pietro Marcello, solo había visto ‘Martin Eden’, a la que entré con grandes expectativas merced tanto al trailer como a las críticas, pero que me causó una cierta decepción. Valoré los elementos que se me mostraban, pero el conjunto no me penetró. Contra toda lógica, ese gatillazo fue clave para que ahora decidiera entrar a ver ‘Scarlet’ precisamente como colofón a un mal día; si hubiera albergado grandes ilusiones, me la habría reservado para otra ocasión más propicia, en que pudiera entregarme a ella sin desdoro.
Pero hete aquí que arranca la proyección, y los primeros fotogramas ya me hacen ojitos, con esa estética añeja que retrata a las tropas que vuelven a casa tras la Gran Guerra. De lo general pasamos a lo particular, y conocemos a este Raphael en cuya vida nos vamos a involucrar: un ser magullado, derrotado, que más que regresar ufano a su hogar lo que hace es dejar caer su deforme corpachón en el único rincón donde va a ser acogido. Ya no por su fallecida esposa, de quien sigue tan enamorado como el primer día, pero sí por esa vecina tan grandota como él, que le brinda un techo y le presenta a su hija. Raphael no es un dechado de expresividad, y apenas le cambia el rictus cuando conoce a la pequeña Juliette. Pero sabemos la hondura de su sentimiento con su gesto de ofrecerle su dedazo a la criatura. Es así, de manera sutil y contenida, como Marcello nos va a ir dosificando la información.
A partir de ahí, iremos viendo crecer a Juliette, desde su más tierna infancia hasta una lozana juventud. Y seremos cómplices de su curiosidad infantil, de que sigue creyendo en la magia por mucho que madure, de cómo ha heredado el gusto por la música de su padre, del desprecio a que le someten sus vecinos por ser integrante del “huerto de los milagros”… Por amor a su padre renunciará a una educación de calidad en la ciudad, y asistiremos al duelo que tiene lugar en su interior entre sus anhelos románticos (simbolizados en esas velas escarlatas que han de surcar los cielos) y su fidelidad al hogar. Cuando Raphael cumpla con su último encargo, y se asegure de que su amada esposa pueda recorrer los océanos, se le abrirá por fin a Juliette una puerta hacia un futuro lejos de Normandía. Queremos que la cruce, pero agradecemos que Marcello tiña de rojo la pantalla sin ser explícito.
La trama, en definitiva, me interpela, me conmueve, me ata a la pantalla. Pero si salgo del cine habiendo desplazado de mi cabeza mis cuitas personales, y flotando en una nube de bienestar, no es solo por lo argumental. De hecho, es principalmente por el envoltorio. Es, por ejemplo, por esa banda sonora de Gabriel Yared que ya se ha convertido en una playlist de las que no se borran (veo que estamos ante un compositor de larguísima trayectoria, cuya música ya había escuchado en ‘La vida de los otros’, ‘Van Gogh (Vincent y Theo)’o ‘En tierra de sangre y miel’). Es, también, por haber disfrutado gozosamente de Juliette cantando en el río, en unos minutos de exhibición cinematográfica en los que se alían la fotografía, la canción, la belleza de la actriz, la atmósfera del momento… Es, sin duda, por los reiterados espasmos a que se ven sometidas mis pupilas con esporádicos planos de ésos cuya belleza corta la respiración, pese a que la iluminación siempre es tan tenue como requiere el contexto, y a pesar también de que el granulado parezca ser lo opuesto a las actuales posibilidades del cine hipertecnológico.
Recordaré este domingo de otra manera, en definitiva, gracias a ‘Scarlet’. Cómo me compadezco de la gente a la que no le emociona el cine…