Miércoles, 29 de julio de 2015.
Filmoteca de La Rioja Rafael Azcona.
Logroño. 20:15h.
Entrada: 2,5€. Recital previo de Ricardo Romanos.
Logroño. 20:15h.
Entrada: 2,5€. Recital previo de Ricardo Romanos.
#agostoclandestino dedica una jornada a la inclasificable obra del creador granadino
José Val del Omar
José Val del Omar
La
Filmoteca de La Rioja Rafael Azcona colabora de nuevo con
#agostoclandestino, dedicará la segunda sesión a José Val del Omar con la emisión del «Tríptico elemental de España». Contaremos con la presencia de Gonzalo Sáenz de Buruaga, yerno del poeta, en representación del Archivo María José Val del Omar.
El Tríptico elemental de España es el último proyecto cinematográfico que abordó José Val del Omar (Granada, 1904; Madrid, 1982).
La idea surge en la etapa final de su vida y tiene por objeto realizar una trilogía con sus tres “elementales” Aguaespejo granadino (1955), Fuego en Castilla (1960) y Acariño galaico (1961). El nexo de unión de la trilogía, filmada en espacios y tiempos diferentes, lo establece un prólogo que, con el título de Ojalá (1980), plantea las claves en las que debe ser leído el conjunto. Más allá de toda motivación, existe una actitud constante en el trabajo de Val del Omar: dar vueltas, volver una y otra vez a las constantes de su obra. Obra que debe ser entendida como un todo donde ensayos técnicos, experimentación formal y proceso creativo se funden. El Tríptico tiene que ser, por tanto, un paso más en la trayectoria de una obra que, aunque inconclusa y abierta, siempre gira sobre sí misma y, al tiempo, una respuesta a las formas audiovisuales vigentes.
Val del Omar trabaja en la concepción del Tríptico desde 1981 hasta su muerte en 1982, lo que incluye la terminación de Acariño galaico y la preparación de Ojalá. En todo este proceso incide decisivamente el encargo de presentar su obra, por parte de los comisarios de la Antología del cine de vanguardia en España, Manuel Palacio y Eugeni Bonet. Val del Omar se compromete a presentar el Tríptico con Acariño galaico y Ojalá acabadas. Finalmente no puede cerrar dichas obras y solo se proyectan Aguaespejo granadino y Fuego en Castilla. El Tríptico queda pues, inacabado, pero sus tres piezas, las imágenes sin montar y las notas dispersas hoy conservadas permiten establecer una singular relación con la obra de Val del Omar: fuera del ámbito espectacular, en una dimensión donde la experiencia artística crea sus propias condiciones de apreciación... antes de llegar a la pantalla, pero proyectando su luz sobre nuestra mirada. Llega el momento de abrir los ojos.
Se
presentará, dentro de la colección de poesía Planeta Clandestino de
Ediciones del 4 de Agosto, la tercera edición del poemario de Val del
Omar «Tientos de erótica celeste»
Sobre el libro Tientos de erótica celeste el crítico y poeta Raúl Quinto escribió en la revista Quimera: «Quien no tiene la facultad de maravillarse,/ de abismarse ante el misterio, es un hombre muerto.
(p.58) Eso dejó escrito José Val del Omar (Granada 1904-Madrid 1982)
con tinta verde al margen de sus notas de trabajo, como el resto de
poemas que componen este volumen. Una especie de lema al que trató de
ser fiel durante toda su carrera como creador. Enfrentarse al misterio
no para intentar comprenderlo sino para acariciar sus bordes y dejarse
caer. Generar herramientas para poder mirarlo cara a cara. Porque como
es bien sabido, aunque no lo suficientemente reconocido, Val del Omar
fue uno de los cineastas más subversivos de la historia, como demuestra
su imprescindible Tríptico elemental de España. Experimental en
el sentido estricto del término, inventó máquinas para ampliar las
posibilidades estéticas del cine: ejercicios mecánicos de sinestesia que
aún hoy parecen asombrosos. PLAT. Picto lumínica audio tactil.
Rigurosamente radical.
Su labor investigadora quedó minuciosamente recogida en varios cuadernos en cuyos márgenes se agolpan los poemas. En verde. Un contrapunto necesario e imprescindible para comprender toda su creación. En Tientos de erótica celeste los encotramos descontextualizados. Nos consta pues que los poemas se deben leer en el tejido de toda la obra artística y científica del autor, en una cohesión de intereses rara vez vista y que hace de Val del Omar un personaje único y altamente interesante.
Aquí, a través de los textos., nos adentramos en una nueva mística para una nueva carne (más cercana a la noción de cyborg de Donna Haraway que al cine infeccioso del primer Cronenberg). Un rasgo que hoy adquiere más rotundidad, cuando ya se ha confirmado que somos un híbrido entre carne y tecnología, cuando la mecamística puede ser la única salida espiritual. Y así. Como en la mística tradicional se busca la unión de los contrarios para deshacernos de su (nuestro) apetito antagónico (p.88) y llegar a lo que es más que el tiempo y el espacio, la suma y la resta de ambos. A la trascendencia ubicua que llamamos Dios. Y llegamos a eso a través de la máquina, atravesando la máquina desde dentro. Compartiendo su ser. Clave mística en una gota eléctrica (p.32).
En fin. San Juan de la Cruz, o incluso Lorca y su pulsión flamenca plena de duendes y pozos, cruzados de neologismos y vocabulario tecnológico ofreciendo un espacio poético inusitado, radical y dotado de una belleza distinta y absolutamente moderna. Más que casi toda la poesía que se ha escrito posteriormente. La mecamística busca disolverse en el amor para disolver el mundo, ofrece su propia vía de despojamiento y superación: trascender el tiempo y el espacio que nos imponen para perderse en el tiempo que está más allá. Como el monje en su celda se pierde en su dios. Tirar el reloj al agua (p.63). Pues el tiempo de los relojes es un artificio que nos somete mientras que el tiempo fluido de las aguas es la permanencia y la mutación constante. La eternidad, el dios. Lo vimos en su película Aguaespejo granadino (1953-1955) con otro idioma. Subir al punto es ahogarnos en Dios (p.33).
Se trataría, pues los textos son una continua exhortación a la acción (también política), de trascender el mundo de las máquinas que nos quieren convertir en miembros de su especie, y hacerlo a través de la comunión cibernética. A través de la propia máquina y su flujo eléctrico. Sabiendo que la electrónica te saca de la carne (p.70) En un mundo que es solo mirada, espectáculo, superficie y simulacro. Hay que vivir con intensidad desnuda. Esta poesía, como el resto de la obra valdelomariana es tan radical como necesaria. Aquí se tientan los límites de mucho porque Val del Omar sabe que ante el misterio no queda otro camino que abismarse en él, que lo contrario es un suicidio pactado. Que también las máquinas deben empezar a soñar y a latir porque el riesgo es que nos acaben contagiando de su frialdad mecánica. Ante eso solo cabe deslizarse dentro del espíritu eléctrico, de la mecamística».
Su labor investigadora quedó minuciosamente recogida en varios cuadernos en cuyos márgenes se agolpan los poemas. En verde. Un contrapunto necesario e imprescindible para comprender toda su creación. En Tientos de erótica celeste los encotramos descontextualizados. Nos consta pues que los poemas se deben leer en el tejido de toda la obra artística y científica del autor, en una cohesión de intereses rara vez vista y que hace de Val del Omar un personaje único y altamente interesante.
Aquí, a través de los textos., nos adentramos en una nueva mística para una nueva carne (más cercana a la noción de cyborg de Donna Haraway que al cine infeccioso del primer Cronenberg). Un rasgo que hoy adquiere más rotundidad, cuando ya se ha confirmado que somos un híbrido entre carne y tecnología, cuando la mecamística puede ser la única salida espiritual. Y así. Como en la mística tradicional se busca la unión de los contrarios para deshacernos de su (nuestro) apetito antagónico (p.88) y llegar a lo que es más que el tiempo y el espacio, la suma y la resta de ambos. A la trascendencia ubicua que llamamos Dios. Y llegamos a eso a través de la máquina, atravesando la máquina desde dentro. Compartiendo su ser. Clave mística en una gota eléctrica (p.32).
En fin. San Juan de la Cruz, o incluso Lorca y su pulsión flamenca plena de duendes y pozos, cruzados de neologismos y vocabulario tecnológico ofreciendo un espacio poético inusitado, radical y dotado de una belleza distinta y absolutamente moderna. Más que casi toda la poesía que se ha escrito posteriormente. La mecamística busca disolverse en el amor para disolver el mundo, ofrece su propia vía de despojamiento y superación: trascender el tiempo y el espacio que nos imponen para perderse en el tiempo que está más allá. Como el monje en su celda se pierde en su dios. Tirar el reloj al agua (p.63). Pues el tiempo de los relojes es un artificio que nos somete mientras que el tiempo fluido de las aguas es la permanencia y la mutación constante. La eternidad, el dios. Lo vimos en su película Aguaespejo granadino (1953-1955) con otro idioma. Subir al punto es ahogarnos en Dios (p.33).
Se trataría, pues los textos son una continua exhortación a la acción (también política), de trascender el mundo de las máquinas que nos quieren convertir en miembros de su especie, y hacerlo a través de la comunión cibernética. A través de la propia máquina y su flujo eléctrico. Sabiendo que la electrónica te saca de la carne (p.70) En un mundo que es solo mirada, espectáculo, superficie y simulacro. Hay que vivir con intensidad desnuda. Esta poesía, como el resto de la obra valdelomariana es tan radical como necesaria. Aquí se tientan los límites de mucho porque Val del Omar sabe que ante el misterio no queda otro camino que abismarse en él, que lo contrario es un suicidio pactado. Que también las máquinas deben empezar a soñar y a latir porque el riesgo es que nos acaben contagiando de su frialdad mecánica. Ante eso solo cabe deslizarse dentro del espíritu eléctrico, de la mecamística».
José Val del Omar nació en Granada el 27 de octubre de 1904. Ya en su niñez se entretenía ingeniando proyecciones a la manera de la linterna mágica y, tras una estancia en París en 1921, descubrió en el cine la vocación de su vida. En 1925 realizó un largometraje, En un rincón de Andalucía, que posteriormente destruyó al considerarlo un fracaso artístico.
En 1928 escampó a través de la prensa especializada sus ideas asombrosamente tempranas acerca de un objetivo de ángulo variable, sobre pantallas cóncavas y para la consecución de efectos de relieve mediante la iluminación; prefigurando así algunas de las grandes líneas de sus búsquedas y descubrimientos posteriores.
Al establecerse en Madrid trabó relación con círculos de la cultura cinematográfica y la educación progresista. De 1932 a 1936 participó en la experiencia de las Misiones Pedagógicas de la República. Rodó en aquellos años un amplio número de documentales –que algunas fuentes cifran en más de cuarenta– de los que, lamentablemente, solamente se conservan actualmente unos pocos.
Durante la Guerra Civil colaboró con Josep Renau –artista de gran renombre por sus carteles y fotomontajes activistas– y contribuyó al salvamento de los fondos más valiosos del Museo del Prado y la Biblioteca Nacional. Atrapado en Valencia a la entrada de las fuerzas rebeldes, se vio coaccionado a colaborar en instrumentos de propaganda audiovisual que recordaría después con amargura.
Ya en la posguerra, centró gran parte de sus investigaciones en el campo del sonido, abarcando también la radio y la experimentación electroacústica, registrando en 1944 la primera patente para un sistema de sonido diafónico o binaural –anticipación de los sistemas envolventes que trascienden la estereofonía– que seguiría completando en años sucesivos.
Entre 1953 y 1955 realizó el film Aguaespejo granadino, ''un corto ensayo audiovisual de plástica lírica'', concebido a su vez como demostración de sus técnicas. Su presentación en los festivales de Berlín (1956) y Bruselas (Competición Internacional del Film Experimental con motivo de la Expo de 1958) causó conmoción y cosechó entusiastas reacciones y reseñas.
A continuación realizó Fuego en Castilla, cuya gestación se dilató de 1956 a 1959, donde introdujo los fundamentos de la TactilVisión o iluminación pulsatoria tactil. El poderío de sus imágenes y de su banda sonora electroacústica le merecieron diversos galardones en los festivales de Cannes 1961 (el mismo año en que Buñuel obtuvo la Palma de Oro con Viridiana), Bilbao 1961 y Melbourne 1962.
En 1961 rodó en tierras de Galicia un tercer ''elemental'' –en su concepción de ''documentales líricos o abstractos''– que dejó entonces inacabado, retomándolo al término de su vida con el título de Acariño galaico (De barro) y con el propósito de integrarlo, junto a los dos anteriores, en un conjunto que llamó Tríptico Elemental de España.
Desde finales de los 50, trabajó en el desarrollo de nuevos formatos y perfeccionamientos técnicos para el cine y la televisión, y para usos educativos de los medios audiovisuales. Dichos asuntos le robaron tiempo a su actividad propiamente artística y, en general, le procuraron profundas decepciones. Desde 1968, sin embargo, emprendió nuevos proyectos fílmicos que fue reelaborando mentalmente con el paso del tiempo.
Ya en su última etapa, rodeándose preferentemente de personas jóvenes y de artistas ajenos a las industrias del espectáculo, reconcilió su mentalidad de poeta y artista con su constante curiosidad por la técnica. Su panoplia de medios se amplió con el láser, el vídeo, las intuiciones cibernéticas y sus técnicas PLAT (de Picto-Lumínica-Audio-Tactil). Lleno de vida aún, como han atestiguado quienes le conocieron en aquellos años, murió el 4 de agosto de 1982 a consecuencia de un accidente de automóvil.
Organiza:
Asociación Cultural Planeta Clandestino / Ediciones del 4 de Agosto
Gobierno de La Rioja
IRJ, Instituto Riojano de la Juventud
Filmoteca de La Rioja Rafael Azcona
Colaboran:
Renfe
UNIR, Universidad Internacional de la Rioja
Biblioteca de La Rioja
Hotel Gran Vía
Restaurante La Mejillonera
UNIR, Universidad Internacional de la Rioja
Biblioteca de La Rioja
Hotel Gran Vía
Restaurante La Mejillonera
República del Arte
Peñaclara
Limbo Escena
Librerías Santos Ochoa
Spoonful Magazine
Cross Business
Viena Espolón
Zarándula
Café Bretón
El Dorado Café Bar